La reciente aparición pública de Lis Cuesta Peraza, esposa del gobernante Miguel Díaz-Canel, durante la gira oficial por Vietnam, ha desatado una nueva oleada de indignación en las redes sociales. Lo que inicialmente parecía ser un acto protocolario más, centrado en el vestuario, se transformó rápidamente en un punto de ebullición para el descontento popular, evidenciando la profunda desconexión entre la élite cubana y la cruda realidad que vive la mayoría de la población. Nuestro equipo editorial, con una década de experiencia en el análisis sociopolítico cubano y las dinámicas de la opinión pública, aborda esta controversia que va más allá de un simple atuendo, reflejando el hartazgo de un pueblo sumido en la escasez y la precariedad.
El Origen de la Polémica: Un Vestido, Dos Realidades
Durante su estancia en Hanoi para el Día Nacional de Vietnam, Lis Cuesta lució un vestido diseñado por la casa Saday Modista. La firma, con orgullo, publicó en su página de Facebook lo que consideró un «honor»: vestir a la cónyuge de Díaz-Canel con un diseño inspirado en la tradicional guayabera cubana. Sin embargo, este gesto, concebido probablemente como una muestra de identidad nacional y un espaldarazo al emprendimiento privado, generó un efecto completamente opuesto. La imagen de Cuesta, sonriente y ataviada con lo que muchos percibieron como un atuendo de lujo, chocó de frente con las penurias cotidianas de los cubanos.

La crítica en las redes sociales fue inmediata y contundente. Cientos de internautas expresaron su indignación, señalando la ironía de tales exhibiciones de opulencia mientras Cuba atraviesa una de las peores crisis económicas y sociales de su historia reciente. Este incidente no es un caso aislado, sino que se suma a una serie de polémicas en torno a la figura de Lis Cuesta y su rol no oficial como «primera dama», un título que no ostenta legalmente pero que asume en la práctica, acompañando a su esposo en casi todas sus apariciones internacionales y nacionales.
El Eco de la Sociedad: Voces de Luto y Despilfarro
Las opiniones de los cubanos reflejaron un sentimiento generalizado de dolor y frustración. Uno de los comentarios más representativos y ampliamente difundidos encapsuló la esencia de la protesta social:
«Debía ir vestida de negro cerrado, de luto por el pueblo que revienta de carencias, apagones y necesidades de todo tipo mantenidas en años. No sé cómo puede, de verdad.»
Este mensaje no solo critica el atuendo en sí, sino que lo convierte en un símbolo del desprecio percibido hacia el sufrimiento ciudadano. La referencia al «luto» es una metáfora potente de la situación de duelo que muchos sienten por la pérdida de condiciones de vida dignas, la masiva emigración y la falta de esperanza en el futuro de la isla.
Otro aspecto central de las críticas fue el costo implícito de tales indumentarias y los viajes presidenciales. En un país donde la inflación ha pulverizado los salarios y el acceso a productos básicos es un desafío diario, cualquier indicio de gasto superfluo por parte de la cúpula genera una profunda indignación. Comentarios como: «¿Cuánto cuesta una pieza así? Para tener una idea de cuánto se despilfarra y se bota el dinero de la primera no dama», o la ironía sobre un «saco de yute» para replicar el diseño, ponen de manifiesto la aguda conciencia económica del pueblo cubano y su resentimiento ante lo que consideran un mal uso de los recursos nacionales. Las comparaciones con la lucha diaria de las madres cubanas «por poner un bocado en la mesa entre apagones y pobreza» subraya la percepción de un gobierno y su entorno ajenos a la realidad.

La Guayabera: Un Símbolo Controvertido en Tiempos de Crisis
La guayabera, prenda icónica de la cultura cubana, es tradicionalmente asociada con la sencillez, la elegancia tropical y un espíritu de igualdad, habiendo sido incluso declarada «Prenda Nacional». Sin embargo, al ser transformada en un «diseño de alta costura» y lucida por la figura de Lis Cuesta en un contexto de privaciones, su significado se distorsiona. Para muchos, este uso se percibe como una apropiación de símbolos nacionales por una élite que ha perdido la conexión con el pueblo que supuestamente representan. El contraste entre la esencia popular de la guayabera y el lujo percibido del vestido de Cuesta profundiza el abismo de clase y poder.
La Intervención Oficialista y la Resistencia Digital
La controversia escaló cuando el periodista oficialista Abdiel Bermúdez, intentando defender a la modista y el diseño, lo calificó de «elegancia, buen gusto y cubanía». Esta intervención solo avivó las llamas, con los ciudadanos volviendo a la carga. Las respuestas a Bermúdez fueron implacables, redirigiendo la conversación hacia la crisis nacional:
- «Esto va de apagones de 24 horas, de cocinar con leña, de migración masiva, y tú riéndole las gracias a esta gente.»
- A la defensa de Bermúdez de que «Esto va de alta costura», la réplica fue tajante: «Esto va de alta costura, pero muy baja moral.»
Estas interacciones demuestran la agudeza del ingenio cubano, que utiliza el sarcasmo y la ironía para expresar un descontento profundamente arraigado. La frase «La mona, aunque se vista de seda, mona se queda» se convirtió en un coro despectivo, reflejando el juicio popular sobre la autenticidad y el mérito de quienes ocupan posiciones de poder en la isla.
Análisis de Impacto: El Rechazo a la Legitimidad y el Despilfarro
Más allá del debate sobre moda, la polémica del vestido de Lis Cuesta reveló un rechazo más profundo a su legitimidad como figura pública. Los cubanos cuestionan consistentemente su papel no oficial pero prominente en las delegaciones de alto nivel, al carecer de un cargo estatal que justifique sus frecuentes viajes y el gasto asociado. Como reportan diversas organizaciones de derechos humanos y medios independientes, los recursos financieros en Cuba son extremadamente limitados, y su uso por parte de la élite en viajes y lujos, mientras la población sufre carencias básicas, es un detonante constante de la frustración.
La crítica se extendió incluso a la propia empresa Saday Modista. Algunos internautas lamentaron que un emprendimiento privado, que podría ser un ejemplo de resiliencia en Cuba, se viera perjudicado por su asociación con una figura tan impopular. Esto resalta la polarización política en la isla, donde cualquier vínculo, por mínimo que sea, con el aparato de poder puede ser interpretado negativamente por una parte significativa de la población.
Perspectivas Futuras: La Brecha entre Poder y Pueblo
La polémica del vestido de Lis Cuesta es un microcosmos de un conflicto mucho mayor: la creciente brecha entre las narrativas oficiales de «resistencia» y «normalidad», y la realidad de una población que lucha por sobrevivir. Cada exhibición de lujo o privilegio por parte de la élite de poder en Cuba actúa como un catalizador para la rabia y el desengaño ciudadano. En un contexto de apagones constantes, escasez de alimentos y medicinas, y una inflación galopante (según informes de la CEPAL y economistas independientes), la sensibilidad pública a cualquier signo de despilfarro es máxima.
Este tipo de incidentes contribuye a la deslegitimación de las figuras oficiales y refuerza la percepción de un gobierno desconectado de las necesidades de su pueblo. La ciudadanía cubana, cada vez más conectada a las redes sociales, encuentra en estas plataformas un espacio vital para expresar su descontento y denunciar las contradicciones del sistema, un fenómeno que seguirá moldeando la dinámica sociopolítica del país en los próximos años.
La frase que cerró la discusión de muchos, y que resuena con una fuerza demoledora, no es solo una crítica a un vestido, sino un juicio moral sobre un sistema:
«El dinero con que pagaron ese trapo está manchado de sangre. Si vistes a la mujer de un dictador, ayudas a lavar su imagen frente al mundo.»
Esta dura sentencia encapsula la esencia del rechazo: para una parte importante de la sociedad cubana, cualquier intento de normalizar o embellecer la imagen del poder, mientras el país sufre, está irrevocablemente vinculado a la profunda crisis que les consume.