WASHINGTON. – En una decisión que redefine la postura estratégica de Estados Unidos frente al conflicto en Ucrania, el presidente Donald Trump ha autorizado a las fuerzas ucranianas el empleo de misiles de largo alcance para atacar objetivos estratégicos en el interior de Rusia. La medida, confirmada por declaraciones de alto nivel de su vicepresidente, JD Vance, y de su enviado especial, Keith Kellogg, representa el giro más significativo en la política estadounidense hacia la guerra desde su inicio y podría alterar el curso de un conflicto que ya supera los tres años y medio.

“Hay que usar la capacidad de atacar profundamente; no existen santuarios”, declaró Kellogg este lunes en una entrevista con Fox News, en lo que constituye la confirmación más explícita hasta la fecha del cambio de postura de la Administración Trump. Sus palabras refuerzan lo anticipado por el vicepresidente Vance: que la Casa Blanca evalúa suministrar a Kiev misiles de crucero Tomahawk, con un alcance de 2.500 kilómetros, capaces de amenazar blancos en las profundidades del territorio ruso, incluyendo Moscú y San Petersburgo.
Un viraje estratégico
El movimiento supone una reversión de 180 grados en la posición pública mantenida por Trump hasta hace pocas semanas. En agosto, el mandatario había expresado su enfado por los ataques con drones ucranianos contra infraestructura energética rusa, particularmente el oleoducto Druzhba. Sin embargo, un endurecimiento progresivo de su retórica hacia el Kremlin culminó el 25 de septiembre, cuando afirmó en una rueda de prensa: “Estoy muy insatisfecho con lo que hace Rusia y el presidente Putin. Está matando gente sin ningún motivo”.
El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, había solicitado formalmente los misiles Tomahawk durante un encuentro bilateral con Trump en el marco de la Asamblea General de la ONU. Aunque no se ha confirmado una entrega inmediata y directa, fuentes cercanas al proceso citadas por BBC y CNN indican que la administración estadounidense estudia la venta de estos sistemas a aliados europeos clave, quienes a su vez los transferirían a Kiev, un mecanismo que permitiría mantener cierta capa de deniabilidad política.
El valor del Tomahawk
El misil de crucero Tomahawk, un arma de precisión desarrollada en la década de 1980 y estrenada en combate durante la Guerra del Golfo de 1991, posee un valor estratégico incalculable. Su capacidad para modificar blancos en pleno vuelo y evadir sofisticadas defensas aéreas lo convierte en un activo disuasorio de primer orden. Hasta la fecha, solo un reducido grupo de aliados de Washington, como el Reino Unido y Japón, han tenido acceso a esta tecnología.
“El suministro de estos misiles representaría una intensificación drástica de las capacidades de Ucrania”, analizó Nick Paton Walsh para CNN. “Plantea un nuevo y formidable desafío para las defensas rusas y, por primera vez, expone infraestructuras críticas en el corazón de Rusia a una amenaza creíble”.
Reacciones y contexto operativo
Desde Moscú, la reacción inicial ha sido de cauteloso menosprecio. Dmitry Peskov, portavoz del Kremlin, declaró que “no existe ninguna panacea que pueda cambiar la situación en el frente para el régimen de Kiev”. No obstante, analistas militares occidentales coinciden en que la noticia incrementa sustancialmente la presión, tanto militar como psicológica, sobre la cúpula rusa.
En Kiev, el viceministro de Defensa, Ivan Havryliuk, manifestó a la BBC que la adquisición de misiles de largo alcance es fundamental para forzar a Rusia a negociar. “Si el coste de continuar la guerra para Moscú es demasiado alto, se verá obligado a iniciar conversaciones de paz”, afirmó. Una postura que reforzó el ministro de Exteriores, Andriy Sybiha, quien en el Foro de Seguridad de Varsovia sentenció: “Ahora no habrá lugar seguro en territorio ruso; nuestras armas alcanzarán cualquier instalación militar del enemigo”.
La decisión estadounidense se produce en un momento de escalada crítica. Según datos de la Fuerza Aérea de Ucrania citados por ABC News, el mes de septiembre registró un récord de ataques aéreos rusos, con más de 5.600 drones y 187 misiles lanzados, causando decenas de muertos y daños severos a la infraestructura energética del país.
Expertos del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) en Washington subrayan que la guerra ha entrado en una fase de desgaste prolongado. En un informe publicado este martes, los analistas Max Bergmann y Maria Snegovaya advirtieron: “Occidente debe actuar en consecuencia e invertir en la capacidad de Ucrania para proyectar fuerza en territorio ruso mediante ataques de largo alcance”.
La incertidumbre de la decisión final
Pese a las contundentes declaraciones de los altos funcionarios, la última palabra sobre el envío de los Tomahawk recae en el presidente Trump, quien en el pasado ha mostrado reticencias a adoptar medidas que pudieran precipitar una escalada incontrolable con Moscú.
Sin embargo, cada nuevo ataque ruso contra civiles ucranianos y cada violación del espacio aéreo de la OTAN —como los recientes incidentes en Polonia y Estonia— aumentan la presión interna e internacional para que Washington concrete el suministro de este armamento avanzado.
La guerra ha entrado, sin lugar a dudas, en una nueva y peligrosa fase. Ucrania gana, potencialmente, la capacidad de golpear el corazón estratégico de Rusia, mientras el Kremlin se enfrenta a un desgaste multifacético que desafía su resiliencia a largo plazo. La comunidad internacional observa con máxima alerta cómo este giro táctico reconfigura el tablero geopolítico global.














