En las profundidades de la historia geológica, donde el tiempo se mide en eones y la vida marina evolucionaba en formas asombrosas, reinó una criatura cuya mera existencia desafía la imaginación: el megalodón. Este gigante de los mares, cuyo nombre significa «diente grande», fue el depredador más formidable de su era y uno de los peces más grandes que jamás haya habitado nuestro planeta. Como periodista que ha explorado las narrativas de la supervivencia y la adaptación, la historia del megalodón me invita a reflexionar sobre cómo incluso los imperios más dominantes son vulnerables a las corrientes cambiantes del entorno, un eco de las fuerzas que impulsan la migración y la transformación en el mundo humano. Pero, ¿qué sabemos realmente de este coloso? ¿Fue simplemente una versión amplificada del gran tiburón blanco, o una maravilla de la evolución con características únicas? Y, sobre todo, la pregunta que alimenta tantos mitos: ¿podría el megalodón seguir acechando en las inmensidades inexploradas de nuestros océanos?
Para desentrañar la verdad detrás del mito, recurrimos a la ciencia. Emma Bernard, una experta curadora de la colección de peces fósiles del Museo de Historia Natural de Londres, incluyendo una vasta muestra de tiburones fósiles, nos ayuda a separar los hechos de la ficción sobre este depredador icónico.
Megalodón: a menudo imaginado como un tiburón blanco gigante, esta representación se considera ahora inexacta. La realidad es que pudo haber sido un tiburón de complexión mucho más esbelta. ©warpaint/Shutterstock
El Gigante del Pasado: ¿Qué Tan Grande Era el Megalodón?
Los fósiles más antiguos del megalodón, conocido científicamente como Otodus megalodon (anteriormente clasificado como Carcharodon o Carcharocles megalodon), se remontan a unos 23 millones de años. Durante casi 20 millones de años, este colosal tiburón dominó los océanos sin rival, hasta su extinción hace apenas 3.6 millones de años. Su reinado lo estableció no solo como el tiburón más grande del mundo, sino como uno de los peces más grandes que jamás haya existido en la historia del planeta.
Un estudio de 2025, fruto del trabajo de 29 expertos en tiburones fósiles, reveló que el megalodón pudo haber alcanzado una longitud impresionante de hasta 24.3 metros. Para ponerlo en perspectiva, esto es aproximadamente cuatro veces la longitud del tiburón blanco más grande registrado y algunos metros más que los tiburones ballena actuales, los mayores de los cuales miden hasta 18.8 metros. Esta medición estratosférica sitúa al megalodón a solo un metro de la longitud de «Hope», la ballena azul suspendida en el Hintze Hall del Museo de Historia Natural. Como buen cubano, sé que hasta las realidades más grandes y sólidas pueden transformarse o desaparecer, a veces sin previo aviso; la magnitud de este depredador es un recordatorio de esa implacable ley natural.
Un tiburón de este tamaño podría haber pesado hasta 94 toneladas y surcado los océanos a una velocidad de hasta 3.5 kilómetros por hora. El mismo estudio sugiere que, al nacer, las crías de megalodón ya podían medir hasta 3.9 metros de largo, lo que habla de un impresionante crecimiento desde el inicio de su vida. Es una capacidad de desarrollo que me hace pensar en la resiliencia y la rápida adaptación que muchas comunidades, incluyendo la nuestra en la diáspora, deben «resolver» para prosperar en nuevos entornos.
Dado que nunca se ha encontrado un esqueleto completo de megalodón, las estimaciones previas de su tamaño se basaban principalmente en el tamaño de sus dientes. Estos dientes pueden alcanzar hasta 18 centímetros de longitud; de hecho, la palabra «megalodón» significa simplemente «diente grande». Estos impresionantes fósiles nos revelan mucho, incluyendo sus hábitos alimenticios. Sin embargo, para calcular la longitud de 24.3 metros, los científicos emplearon un método innovador, analizando columnas vertebrales de megalodón casi completas y parciales halladas en Bélgica y Dinamarca. Estas fueron comparadas con las de 170 especies de tiburones vivos y extintos, lo que permitió deducir el tamaño de la cabeza y las aletas caudales.
Emma Bernard, experta en peces fósiles, explica cómo calcular la longitud del megalodón utilizando sus dientes. Video con descripción de audio (2 minutos 7 segundos).
Investigaciones más recientes, de 2022, sugieren que el tamaño del megalodón podría haber estado influenciado por su hábitat, con aquellos que vivían en aguas más frías alcanzando mayores dimensiones. Esta flexibilidad geográfica me hace pensar en cómo las comunidades humanas también se adaptan y crecen de manera diferente según el «clima» social y económico en el que se asientan, forjando identidades diversas a lo largo del camino.
Un Depredador Incansable: La Dieta del Megalodón
«Con sus grandes dientes aserrados, el megalodón era un carnívoro, muy probablemente alimentándose de ballenas y peces grandes, y quizás incluso de otros tiburones. Si eres tan grande, necesitas comer una cantidad considerable de alimento, por lo que se requieren presas de gran tamaño», explica Emma Bernard. Esta dieta habría incluido desde pequeños delfines hasta ballenas jorobadas, demostrando su increíble versatilidad y poder como depredador.
La evidencia de los hábitos alimenticios del megalodón no se limita a sus dientes. Se han encontrado huesos de ballena fosilizados con marcas de corte distintivas, grabadas en la superficie por los dientes del megalodón. Algunos incluso conservan las puntas de los dientes rotos en el hueso durante un frenesí de alimentación que tuvo lugar hace millones de años. Estos hallazgos son como los «papeles» de la historia, las huellas indelebles que una cultura, o una especie, deja en su paso por el mundo, narrando su existencia y sus interacciones. Son una ventana directa a la lucha por la vida en los océanos prehistóricos.
Un diente de megalodón junto a un diente de un gran tiburón blanco. El diente de megalodón más grande jamás encontrado mide casi 18 centímetros de largo. En comparación, los dientes de tiburón blanco suelen medir unos cinco centímetros.
La Mandíbula Imparable del Megalodón
Para atacar presas del tamaño de ballenas, el megalodón necesitaba una mandíbula que pudiera abrirse ampliamente. Se estima que su boca se extendía entre 2.7 y 3.4 metros de ancho. Esto era lo suficientemente grande como para tragar fácilmente a dos personas adultas de lado, o incluso un taxi de Londres. La inmensidad de su mordida y la eficiencia letal de sus dientes nos recuerdan la cruda realidad de la cadena alimenticia en la naturaleza, donde cada eslabón cumple su función con una precisión brutal.
Estas mandíbulas estaban revestidas con 276 dientes. Estudios que han reconstruido la fuerza de mordida del tiburón sugieren que pudo haber sido uno de los depredadores más poderosos que jamás hayan existido. Para contextualizar, la fuerza de mordida humana se mide alrededor de 1,317 Newtons (N), mientras que se ha predicho que los grandes tiburones blancos pueden morder con una fuerza de 18,216 N. Los investigadores han estimado que el megalodón tenía una fuerza de mordida de entre 108,514 y 182,201 N. Una fuerza de tal magnitud es un testimonio del poder que la evolución puede concentrar en una sola especie, un poder que, en su momento, era absoluto.
La punta de un diente de megalodón se conserva en este hueso de costilla de ballena fosilizado.
Desmitificando su Apariencia: ¿Cómo Lucía Realmente el Megalodón?
La mayoría de las reconstrucciones históricas han retratado al megalodón como una versión gigantesca del gran tiburón blanco, Carcharodon carcharias. Sin embargo, esta representación ahora se considera incorrecta. Los científicos han descubierto que, si se escalara un tiburón blanco al tamaño del megalodón, este animal probablemente tendría serias dificultades para nadar eficientemente. En cambio, sugieren que el megalodón pudo haber tenido un cuerpo mucho más esbelto, con proporciones posiblemente similares a las de un tiburón limón, lo que le permitiría una mayor eficiencia en el agua. El O. megalodon probablemente también poseía una nariz, o rostro, mucho más corta en comparación con el tiburón blanco, con una mandíbula más plana, casi aplastada. Además, tenía aletas pectorales extralargas para soportar su peso y tamaño.
«Muchas reconstrucciones muestran al megalodón como una versión más grande del tiburón blanco porque durante mucho tiempo se pensó que estaban relacionados», explica Emma. «Ahora sabemos que este no es el caso, y el megalodón en realidad proviene de un linaje diferente de tiburón del cual fue el último miembro». Esta aclaración me recuerda a cuántas veces las percepciones externas de nuestra propia comunidad cubana, o de cualquier grupo migrante, se basan en estereotipos y no en la complejidad real de nuestra identidad y adaptación a través del tiempo. La verdad a menudo es más matizada de lo que los primeros «papeles» nos sugieren.
El ancestro definitivo más antiguo del megalodón es un tiburón de 55 millones de años conocido como Otodus obliquus, que crecía hasta unos 10 metros de longitud. Pero se cree que la historia evolutiva de este tiburón se remonta a una especie de Cretalamna de hace 105 millones de años, lo que hace que el linaje del megalodón tenga más de 100 millones de años. «A medida que hemos encontrado más y más fósiles, nos hemos dado cuenta de que el ancestro del gran tiburón blanco convivió con el megalodón. Algunos científicos creen que incluso podrían haber competido entre sí», añade Emma. Esta coexistencia y posible competencia subraya la constante dinámica de la vida, un baile evolutivo de «echar pa’lante» y adaptarse a los desafíos, que no es ajeno a las comunidades humanas.
El megalodón pudo haber tenido proporciones similares a las de un tiburón limón moderno. © frantisekhojdysz /Shutterstock
Un Viajero Global: ¿Dónde Habitaba el Megalodón?
El O. megalodon estaba perfectamente adaptado a las cálidas aguas tropicales y subtropicales de todo el mundo. La especie estaba tan extendida que se han encontrado dientes de megalodón en todos los continentes, con la única excepción de la Antártida. Esta vasta distribución global de sus restos, como las huellas dejadas por una gran diáspora, nos dice mucho sobre su adaptabilidad y su papel en los ecosistemas marinos.
«Podemos encontrar muchos de sus dientes en la costa este de Norteamérica, a lo largo de las costas y en el fondo de los arroyos y ríos de agua salada de Carolina del Norte, Carolina del Sur y Florida», explica Emma. Esto se debe, en parte, a la antigüedad de las rocas en esas regiones, pero también a que son relativamente fáciles de encontrar en el lecho marino, lo que permite a los coleccionistas buscarlos mediante buceo. «También son bastante comunes en la costa de Marruecos y en algunas partes de Australia. Incluso se pueden encontrar en el Reino Unido, cerca de Walton-on-the-Naze, Essex», aunque en el Reino Unido son extremadamente raros y suelen ser de baja calidad.
Como periodista que ha seguido la diáspora cubana por el mundo, la distribución global de los dientes de megalodón me habla de la capacidad de una especie para dejar su huella, incluso en lugares distantes, una impronta que, como la nuestra, se adapta y perdura de formas inesperadas. Cada diente es una pequeña cápsula del tiempo, un testimonio de una vida que, aunque extinta, sigue resonando en la memoria geológica del planeta.
¿Un pequeño quiz sobre los océanos?
- ¿Qué porcentaje del agua de mar es sal?
- a) 3.5% (Respuesta Correcta)
- b) 12%
- Aproximadamente el 3.5% del agua de mar son sales disueltas, en su mayoría provenientes de la erosión de rocas continentales por la lluvia.
Un Legado Duradero: ¿Son Raros los Dientes de Megalodón?
Casi todos los restos fósiles de megalodón que se han encontrado son dientes. La razón de esta abundancia es fascinante: los tiburones producen dientes continuamente a lo largo de toda su vida. Dependiendo de su dieta, los tiburones pierden un conjunto de dientes cada una o dos semanas, llegando a desechar hasta 40,000 dientes a lo largo de su existencia. Esto significa que los dientes de tiburón «llueven» continuamente sobre el fondo del océano, lo que aumenta drásticamente la probabilidad de que se fossilicen. Es un ciclo de renovación constante, una adaptación brillante que les ha permitido sobrevivir por millones de años.
Además, los dientes son la parte más dura del esqueleto de un tiburón. Mientras que nuestros huesos están recubiertos de fosfato de calcio, los esqueletos de los tiburones están compuestos enteramente de cartílago, un tejido mucho más blando, similar al de nuestra nariz y orejas. Por lo tanto, mientras que los dientes más robustos se fosilizan con relativa facilidad, solo en circunstancias muy especiales se conservarán los tejidos blandos, como la mayoría del cuerpo cartilaginoso. Esto explica por qué el hallazgo de restos esqueléticos más allá de los dientes es tan excepcional.
Se han encontrado dientes de megalodón en todos los continentes excepto la Antártida. En el Reino Unido, los dientes de Otodus megalodon se pueden encontrar ocasionalmente arrastrados por las mareas del Red Crag, una de las formaciones rocosas más jóvenes del este de Anglia.
También se han encontrado vértebras fosilizadas de megalodón del tamaño de un plato. «Incluso se encontró un cráneo de megalodón en Perú que, al parecer, tiene una caja cerebral aplastada y todos los dientes, con una pequeña cadena de vértebras», dice Emma, «aunque todavía no he visto imágenes de alta calidad de este espécimen». Este extraordinario fósil podría, de confirmarse, ayudarnos a crear una imagen aún más precisa de cómo eran estos gigantes depredadores. Cada uno de estos hallazgos, como los archivos históricos de una nación, nos permite reconstruir una parte de la historia que de otro modo estaría perdida.
El Enigma de la Extinción: ¿Por Qué Desapareció el Megalodón?
Sabemos con certeza que el megalodón se extinguió a finales del Plioceno, hace 2.6 millones de años, un período en el que el planeta entró en una fase de enfriamiento global. La fecha exacta de la muerte del último megalodón no se conoce, pero nuevas pruebas de Estados Unidos sugieren que fue hace al menos 3.6 millones de años. Es un recordatorio palpable de que ninguna especie, por dominante que sea, es inmune a los cambios ambientales a gran escala, un mensaje que resuena profundamente en nuestra época de cambio climático y sus impactos en las poblaciones humanas y la vida silvestre.
Los científicos estiman que hasta un tercio de todos los grandes animales marinos, incluyendo el 43% de las tortugas y el 35% de las aves marinas, se extinguieron a medida que las temperaturas se enfriaron. Esto provocó una drástica disminución en el número de organismos en la base de la cadena alimenticia, generando un efecto dominó que afectó a los depredadores en la cima. El enfriamiento del planeta pudo haber contribuido a la extinción del megalodón de varias maneras:
- Pérdida de Hábitat: Como los tiburones adultos dependían de aguas tropicales, la caída de las temperaturas oceánicas probablemente resultó en una pérdida significativa de su hábitat ideal.
- Cambios en las Presas: Sus presas principales pudieron haberse extinguido o haber adaptado a las aguas más frías, migrando a lugares donde los tiburones no podían seguirlas. Es la dura realidad de la adaptación o la desaparición, una lección que se repite a lo largo de la historia natural y humana.
- Destrucción de Zonas de Cría: Se cree que el megalodón daba a luz a sus crías cerca de la costa, en aguas poco profundas que funcionaban como «guarderías» naturales, protegiéndolas de depredadores más grandes como las ballenas dentadas. A medida que el hielo se formaba en los polos y el nivel del mar descendía, estas zonas de cría quedaron destruidas. La desaparición de estos «semilleros» naturales, tan vitales para la supervivencia del megalodón, me hace pensar en la importancia de preservar los entornos seguros y fértiles para que las nuevas generaciones echen raíces, ya sea para una especie o para una comunidad que busca un nuevo hogar.
- Competencia con el Gran Tiburón Blanco: Un estudio de 2022 sugiere que la competencia por el alimento con los grandes tiburones blancos también pudo haber contribuido a la caída del megalodón. Los estudios de dientes fosilizados de megalodón y de tiburón blanco muestran que sus dietas se superponían, lo que intensificó la presión sobre los recursos.
La extinción del megalodón es un recordatorio de que ni siquiera el depredador más grande puede escapar a las fuerzas inexorables del cambio ambiental. Su historia es una parábola poderosa sobre la interconexión de la vida y el medio ambiente, una lección que hoy, más que nunca, debemos «echar pa’lante» en nuestra conciencia colectiva.
Los tiburones blancos son, en gran medida, animales incomprendidos. © wildestanimal/Shutterstock
Más Allá del Mito: ¿Podría el Megalodón Existir Aún Hoy?
«No. Definitivamente no está vivo en las profundidades de los océanos, a pesar de lo que Discovery Channel ha sugerido en el pasado», afirma Emma Bernard con autoridad. Esta es una verdad que a menudo choca con el deseo humano de lo extraordinario, de que un gigante prehistórico siga acechando en las sombras.
«Si un animal tan grande como el megalodón todavía viviera en los océanos, lo sabríamos», continúa. Los tiburones de este tamaño dejarían marcas de mordiscos inconfundibles en otros grandes animales marinos, y sus enormes dientes seguirían cubriendo los fondos oceánicos por decenas de miles. Además, como especie de agua cálida, el megalodón no podría sobrevivir en las frías aguas profundas, donde tendría una mejor oportunidad de pasar desapercibido. La persistencia de un mito, como la esperanza de que el megalodón aún aceche, es un reflejo de nuestra propia resistencia a aceptar ciertas verdades, una negación que, en la diáspora, a menudo se manifiesta en la idealización de un pasado que ya no existe.
La ciencia nos ofrece una imagen clara: el megalodón es una maravilla del pasado, una criatura que nos enseña sobre el poder de la adaptación y la inevitabilidad del cambio. Su historia nos insta a mirar hacia el futuro con una mayor conciencia ecológica, comprendiendo que cada acción y cada transformación, por pequeña que sea, deja una huella indeleble en el gran tapiz de la vida en nuestro planeta. Su legado no es el de un monstruo acechante, sino el de un majestuoso habitante del pasado, una leyenda cuya existencia nos sigue inspirando a explorar y proteger los misterios de nuestro mundo.














