Aunque Trump logró un acuerdo inicial, la negativa de Hamas a desarmarse, la amenaza de Irán y los $50 mil millones necesarios para reconstruir la Franja ensombrecen el camino hacia una paz duradera.
El Presidente Trump ha conseguido lo que muchos consideraban imposible: un alto al fuego en Gaza que ha silenciado las armas, permitido la entrada de ayuda humanitaria y facilitado la liberación de los rehenes israelíes supervivientes. En una maratónica gira que lo llevó a dirigirse al Knesset en Jerusalén y a firmar el acuerdo en Egipto, Trump aplicó la filosofía de los negocios inmobiliarios de Nueva York: «llegar a un sí» primero y preocuparse por los detalles después. Sin embargo, es en esos detalles donde reside el mayor desafío. Hamas se ha negado rotundamente a desarmarse, el Primer Ministro israelí Netanyahu ha prometido no hacer más concesiones si esto no ocurre, e Irán ha anunciado que continuará armando a sus proxies en la región.

El plan de paz contempla la reconstrucción de Gaza, que Trump visualiza con «relucientes rascacielos» en la costa, una tarea faraónica. La ONU estima que se necesitarán $50 mil millones y que la remoción de los 50 millones de toneladas de escombros generados por la guerra podría tomar 20 años. Además, la fuga de miles de profesionales y emprendedores palestinos ha drenado al territorio del capital humano necesario para su reconstrucción. Aunque la presión internacional de los 27 países que respaldaron el acuerdo en Egipto es un disuasivo clave para que ninguna parte rompa la tregua, la enemistad profundamente arraigada, la logística de reconstrucción y la gobernanza futura de Gaza son obstáculos monumentales que pondrán a prueba la sostenibilidad de este «sí» inicial.















