Miguel B. Fernández, el magnate cubano que desafía a Trump con incendiarios mensajes en vallas publicitarias en Miami.

«Aspirante a dictador. En Estados Unidos, no», reza una valla publicitaria con una fotografía del presidente Donald Trump junto a una de las principales avenidas de Miami.
Otros carteles apuntan al canciller Marco Rubio y tres congresistas republicanos del condado para acusarlos de «traición» y llamarlos «hipócritas» o «títeres».
Son parte de una campaña del prominente empresario y filántropo de origen cubano Miguel «Mike» B. Fernández.
El multimillonario de 73 años, capitalista declarado que hasta 2016 se adscribía al Partido Republicano, ha decidido enfrentarse públicamente a Trump y a algunos de los políticos más influyentes del estado de Florida, a quienes considera cómplices de la «cruel» política migratoria impulsada desde la Casa Blanca.
De refugiado cubano a magnate de la salud
Nacido en Manzanillo, en el oriente de Cuba, Miguel B. Fernández se describe como «un guajiro cubano» cuya infancia quedó marcada por la presencia militar de los años posteriores a la Revolución de 1959 que llevó a Fidel Castro al poder.
Tras confiscar el pequeño negocio de su padre, relata, el régimen de Castro recogió a su familia con un camión y los expulsó a México.
Allí sobrevivieron seis meses sin visado ni pasaporte con la ayuda de «muchos mexicanos y unas monjitas de un convento» hasta que lograron cruzar a Estados Unidos, experiencia que, asegura, le permite entender «exactamente cómo se siente la gente aquí indocumentada».
Pasó ocho años en Nueva York, donde estudió en un colegio de jesuitas y asimiló el lema de «vivir para otros», educación reforzada por sus padres, por entonces «poco ricos en capital, pero mucho en valores».

Fuente de la imagen, MBF
El sentimiento de deuda con su país de acogida lo llevó a alistarse voluntariamente como paracaidista en el ejército de Estados Unidos, donde sirvió durante tres años y medio, y combatió en la guerra de Vietnam.
Tras dejar el ejército, se instaló en Miami, donde inició una pujante carrera empresarial en el sector de la salud.
Fundó y vendió más de 30 compañías antes de crear MBF Healthcare Partners, una firma de inversión privada que integra varios fondos por centenares de millones de dólares.
Apoyó durante años a candidatos republicanos y, en menor medida, a demócratas que consideraba «buenas personas», llegando a donar más de US$30 millones y a ejercer como copresidente financiero de la campaña de reelección del gobernador Rick Scott en 2014.
Respaldó a figuras como Jeb Bush y, en el pasado, a la congresista María Elvira Salazar.

Fuente de la imagen, MBF
Su ruptura con el Partido Republicano llegó en 2016, al rechazar la estrategia «del martillo y la crueldad» de Donald Trump, a quien considera un dirigente sin conocimiento histórico ni valores democráticos, lo que lo llevó a registrarse como independiente y redirigir su influencia política hacia causas proinmigrantes.
«Lo que más me preocupa de todo son los amigos que no me hablan y la familia que me llama comunista. Soy lo opuesto de un comunista, soy capitalista, y creo que lo puedo demostrar de muchas maneras», reivindica Fernández, cuyo patrimonio neto personal supera los US$1.000 millones.
En su defensa del capitalismo insiste, sin embargo, en que la riqueza debe ponerse al servicio de otros.
«El dinero es para ayudar. No sabes la felicidad que yo he sentido ayudando a otras personas. Eso no me hace mejor persona, ni soy un líder, ni soy nadie. Soy un migrante con los pies bien firmes en el piso y me gastaré lo que tenga que gastarme para defender el futuro de mis hijos, mis nietos y del país», proclama.

Fuente de la imagen, Getty Images
Las vallas contra Trump y sus aliados
El pasado abril comenzaron a aparecer en puntos estratégicos de Miami unas vallas publicitarias difíciles de pasar por alto para conductores y viandantes.
Mensajes como «Deportar inmigrantes es cruel», «Hagan algo» o «Aspirante a dictador» acompañan los rostros de Donald Trump, del secretario de Estado Marco Rubio y de los congresistas cubanoamericanos Mario Díaz-Balart, María Elvira Salazar y Carlos Giménez.

Fuente de la imagen, MBF

Fuente de la imagen, MBF
Su autoría se mantuvo en secreto durante meses, hasta que Miguel B. Fernández la reconoció públicamente.
El empresario busca «despertar la conciencia» de los residentes de Miami -en especial aquellos con raíces cubanas- ante lo que califica como una agenda migratoria «cruel» y «deshumanizante» del presidente.
En su entrevista con BBC Mundo, acusó a los representantes republicanos de «no defender a su pueblo, no defender a sus vecinos» y olvidar que «los migrantes somos un plus a este país, no un negativo», por lo que decidió lanzar la campaña y financiarla con su propio capital hasta que se unieran otros donantes.
«Hoy en día te puedo decir que hay 32 personas, una tercera parte de ellos republicanos, que están apoyando el financiamiento de esas vallas, y esas vallas se van a mantener en pie hasta las elecciones», asegura, en referencia a los comicios legislativos de noviembre de 2026 en los que los estadounidenses elegirán a sus congresistas y senadores.
Más allá de cuestionar a Trump, el magnate exige responsabilidades a los líderes locales que, según él, han optado por el silencio: «¿Quieren parar las vallas? los invito: solamente digan la verdad», afirma.
Para reforzar su mensaje, ha llevado su ofensiva a medios nacionales, con anuncios de página completa en diarios como The New York Times y The Wall Street Journal en los que denuncia la «complicidad y cobardía» de los congresistas señalados.
Con el respaldo financiero asegurado hasta los comicios, dice estar decidido a mantener la presión sobre los tres congresistas señalados y tratar de retirarles el apoyo de los votantes pese a que parten como claros favoritos para renovar los escaños en sus respectivas circunscripciones.
«Yo no puedo pelear con Donald Trump en Washington, pero todos vemos lo que hacen los representantes que tenemos localmente, en el sur de la Florida, en Miami. ¿Podemos reemplazarlos?», se pregunta.
BBC Mundo contactó con las oficinas de prensa de Mario Díaz-Balart, María Elvira Salazar y Carlos Giménez, pero no obtuvo respuesta.
Salazar ha rechazado las acusaciones y promueve la «Ley Dignidad» que, entre otras cosas, permitiría a inmigrantes indocumentados con al menos 5 años de residencia obtener un estatus legal temporal de hasta 7 años, con permisos de trabajo, protección contra la deportación y autorización de viaje.
Díaz-Balart, por su parte, etiquetó como «extrema izquierda» en medios locales a quienes le critican por no oponerse a las medidas migratorias de Trump.
Tensiones y división en Miami
Miguel B. Fernández hizo pública en las pasadas semanas una nueva carta abierta dirigida a los tres congresistas cubanoestadounidenses de Florida y al secretario de Estado Marco Rubio.
«Sé lo que significa huir de la tiranía. Como ustedes, llevo esa historia en los huesos y ese dolor en el corazón. Pero, al igual que cada vez más miembros de nuestra comunidad, he observado con consternación cómo los valores en los que alguna vez encontramos refugio ahora están siendo atacados por una amenaza antes impensable: el presidente de Estados Unidos», recoge un fragmento de la misiva.
En ella les recrimina no haberse opuesto con firmeza a la eliminación del parole humanitario, al fin del Estatus de Protección Temporal (TPS) para los venezolanos, a la construcción del «Alcatraz de los caimanes» o a las agresivas redadas del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas, conocido como ICE.
«Su silencio ha causado miedo y un daño real a muchos en nuestra comunidad y en sus distritos», señala, tras alegar que la connivencia de los representantes con la agenda migratoria de Trump «no es neutral ni fruto de la ignorancia; es complicidad y cobardía».

Fuente de la imagen, AFP via Getty Images
Las vallas publicitarias de Miguel B. Fernández encendieron un intenso debate en Miami, con reacciones dispares.
Sectores demócratas, republicanos moderados, organizaciones proinmigrantes y numerosos internautas han respaldado al empresario, mientras los seguidores de Trump lo han acusado de alinearse con «la extrema izquierda».
«La parte cómica es que, antes de que supieran que era un cubanoamericano el que estaba aportando el costo de las vallas con varios, pensaban que eran George Soros y la extrema izquierda. No, caballero, no es la extrema izquierda: somos tus vecinos, tus votantes», asegura.
Las consecuencias personales para Fernández no han sido menores: pérdida de amistades, distanciamiento de posibles inversores y tensiones familiares.
También asegura haber recibido amenazas directas, como el hallazgo de carne cruda en la entrada de su casa con una nota que aludía a sus perros, o el incidente en que un conductor desconocido lo bloqueó con su vehículo y le exigió de forma agresiva que dejara de opinar sobre política.
Sin embargo, no se ha echado atrás; Recientemente retiró donaciones de US$1 millón a la Florida International University (FIU) y US$10 millones al Miami Dade College por excluir de sus programas de becas a inmigrantes sin papeles.

Fuente de la imagen, MBF
«Cuando yo llegué de Cuba nos daban dinero para estudiar a todos los cubanos que queríamos estudiar. Ahora los mandamos para campos de concentración que están fabricando cerca de diferentes estados. Ese no es el país que yo conozco, no es el país del cual me siento orgulloso de ser parte, y seguiré con este proceso expresando mis opiniones», sentencia.
Análisis de las implicaciones y perspectivas futuras
La audaz campaña de vallas publicitarias de Miguel B. Fernández representa un punto de inflexión en el debate migratorio dentro de la comunidad de Miami. Al canalizar su considerable fortuna hacia la protesta pública, Fernández no solo busca influir en la opinión pública, sino también presionar directamente a los representantes políticos que considera complacientes con la política antiinmigración de la administración Trump.
Las implicaciones de esta estrategia son multifacéticas. Por un lado, pone de manifiesto la creciente fractura dentro del propio Partido Republicano y entre la diáspora cubana en EE.UU., donde las posturas sobre la inmigración están lejos de ser monolíticas. La decisión de Fernández de criticar abiertamente a figuras como Marco Rubio y otros congresistas cubanoamericanos subraya una división generacional y de enfoque, donde las experiencias personales de inmigración chocan con las estrategias políticas más pragmáticas o ideológicas.
Desde una perspectiva de relaciones públicas y movilización comunitaria, la campaña de Fernández es un ejemplo de cómo el capital privado puede ser utilizado para amplificar mensajes políticos y desafiar narrativas dominantes. Al colocar sus mensajes en lugares visibles y de alto tránsito, logra generar conversación y debate, obligando a los políticos a enfrentar las críticas de sus electores, incluso si esto implica incomodidad.
Las perspectivas futuras de esta iniciativa son significativas. Si Fernández logra movilizar a otros donantes y mantener la campaña activa hasta las próximas elecciones, podría ejercer una presión real sobre los legisladores en cuestión. Esto podría traducirse en un cambio en la retórica o incluso en el apoyo a políticas migratorias más humanas y compasivas. La campaña también podría sentar un precedente para otros empresarios y activistas que buscan utilizar sus recursos para promover cambios sociales y políticos.
Sin embargo, el camino no está exento de desafíos. La fuerte polarización política en Estados Unidos significa que las críticas de Fernández podrían ser desestimadas o atacadas por sus oponentes políticos, quienes podrían intentar desacreditarlo o ignorar sus demandas. Además, la efectividad a largo plazo de las vallas publicitarias como herramienta de cambio político dependerá de si logran traducirse en acciones concretas o en un cambio medible en las políticas migratorias.
La historia de Miguel B. Fernández es un testimonio de la compleja relación entre la experiencia personal de la inmigración, el éxito empresarial y el activismo político. Su disposición a arriesgar capital y relaciones personales en defensa de sus convicciones refleja la profunda división que la política migratoria está generando en el tejido social estadounidense, especialmente en comunidades como Miami, donde la inmigración es una parte integral de la identidad y la economía.
Este tipo de activismo, aunque controvertido, es fundamental para el debate democrático, ya que fuerza la rendición de cuentas y obliga a los líderes a confrontar las consecuencias humanas de sus políticas. La campaña de Fernández, con su enfoque directo y su clara demanda de acción, es un recordatorio potente de que los ciudadanos, incluso aquellos que han alcanzado el éxito material, pueden y deben desempeñar un papel activo en la configuración del futuro de su país.
La efectividad de su estrategia se medirá no solo en las urnas, sino también en la medida en que logre inspirar a otros a alzar la voz y exigir un trato más humano y justo para los inmigrantes en Estados Unidos. La conversación que ha iniciado en Miami apenas comienza y sus repercusiones podrían sentirse en todo el país.
En resumen, la cruzada de Miguel B. Fernández contra la política migratoria de Donald Trump y sus aliados locales es un claro ejemplo de cómo la experiencia personal puede motivar un activismo político contundente. Su uso estratégico de vallas publicitarias busca generar conciencia y presión, desafiando la narrativa actual y abogando por un enfoque más compasivo y humano hacia los inmigrantes. Este movimiento, aunque enfrenta críticas y divisiones, subraya la importancia del debate público y la acción ciudadana en la conformación de políticas que afectan a millones de personas.
Sus acciones invitan a reflexionar sobre el papel del capital privado en la política y la responsabilidad que tienen los líderes electos de representar los valores y las necesidades de sus comunidades, especialmente cuando se trata de temas tan sensibles como la inmigración.
Fuentes adicionales consultadas para este análisis: