La devolución de migrantes desde Tapachula evidencia el fracaso de la ruta mexicana para los cubanos, dejando al descubierto políticas de control fronterizo que sepultan esperanzas de una vida mejor.
Un nuevo golpe a la migración cubana se ha materializado con la deportación de 85 ciudadanos desde la ciudad mexicana de Tapachula de regreso a la isla. Este hecho, ejecutado de manera discreta y en algunos casos bajo la amenaza de órdenes de abandono en un plazo perentorio de 20 días, ha convertido el sueño de una vida digna en una pesadilla de desilusión y frustración. Muchos de estos migrantes confiaban en poder regularizar su situación en México, creyendo que el país podría ser un nuevo hogar lejos de la crisis económica y social que los obligó a salir de Cuba. Sin embargo, la realidad se impuso con crudeza, dejándolos en una situación legal precaria y devolviéndolos al punto de partida, cargados con un profundo sentimiento de fracaso y desarraigo.

Analistas y defensores de derechos humanos señalan que estas deportaciones son el resultado directo de una combinación de políticas de presión migratoria y acuerdos bilaterales que priorizan el control fronterizo sobre la protección de las personas en situación de vulnerabilidad. Los testimonios de los deportados reflejan no solo el dolor de la separación familiar, sino también las condiciones precarias que enfrentaron durante su travesía: hacinamiento en albergues, falta de oportunidades laborales y la constante amenaza de la deportación. Este evento marca un punto de inflexión para muchos cubanos, quienes ven cómo se cierra la puerta mexicana, evidenciando la urgente necesidad de buscar cambios estructurales dentro de Cuba y de que los países receptores adopten políticas migratorias más humanas.














