La fiscalía federal desveló este viernes un conjunto de comunicaciones que van más allá de lo criminal para adentrarse en lo profundamente perturbador. Los mensajes de texto intercambiados entre el magnate financiero Howard Rubin, de 70 años, y su asistente personal de confianza, Jennifer Powers, de 45, no solo son la pieza central de una acusación por un plan de tráfico sexual que se extendió por una década, sino que constituyen un testimonio crudo de una dinámica de crueldad y complicidad. Estas misivas, exhibidas por la Fiscalía Federal de Brooklyn tras la imputación formal con 10 cargos contra ambos, muestran a Rubin no como un simple acusado, sino como un individuo que allegedly encontraba placer en la degradación y el dolor ajeno, especialmente de mujeres en situaciones de vulnerabilidad económica. Powers, leal empleada desde 2011, lejos de ser una espectadora pasiva, aparece en los textos como una participante activa que alentaba y celebraba las supuestas acciones de su jefe, pintando el retrato de una asociación delictiva y moralmente repulsiva.
Los documentos judiciales detallan varios intercambios que han dejado perplejos a los investigadores por su desprecio hacia la dignidad humana. En uno de los más gráficos, correspondiente al año 2015, Rubin le relata a Powers, con aparente orgullo, haber tenido a una mujer atada a una cruz. La respuesta de su asistente no fue de horror o desconcierto, sino de morbosa curiosidad y complicidad: “¡¡¡Me imagino lo que le hiciste en esa cruz!!! ¿¡Le diste descargas en el coño?!”, escribió Powers, según la acusación. La respuesta de Rubin fue afirmativa, aunque con un detalle que añade un matiz casi burocrático a la crueldad: se lamentó de que su dispositivo de electrocución estuviera perdiendo fuerza. Este intercambio no solo describe un acto de violencia, sino que revela una dinámica en la que el sufrimiento se convierte en un tema de conversación casual, incluso jactanciosa, entre dos adultos que normalizan lo aberrante.
La fiscalía argumenta que estos textos evidencian un patrón en el que Rubin se deleitaba con la desesperación de sus presuntas víctimas. En 2014, una de las mujeres, en una situación económica desesperada, le comunicó a Rubin que tomaría “mucho Valium” para poder soportar una sesión de BDSM, explicando que dormía en un sofá y estaba en una situación “muy difícil”. Lejos de mostrar empatía, Rubin luego le relató a un cómplice anónimo que la mujer “odia ser sumisa, pero está en la ruina y dice que haría lo que fuera”. En otro mensaje, Rubin escribe con desprecio: “¡Lo odia, pero está taaaan desesperada! ¡Tenemos que hacerla llorar!”. Estos mensajes son cruciales para la acusación, ya que buscan demostrar que Rubin era plenamente consciente de la coerción económica que subyacía a los actos, anulando cualquier noción de consentimiento válido.
La gravedad de los cargos se intensifica con el relato de un episodio ocurrido en 2016, previo a un encuentro sexual grupal. Rubin le dijo a una de las mujeres involucradas que quería «abusar» de la otra durante horas. “No me importa si grita”, añadió, acompañando la frase con un emoji de sonrisa, “¡Esto va a ser divertido!”. Cuando la mujer le aseguró que estaba lista, la respuesta de Rubin fue fría y despectiva: “No lo estás, pero estás desesperada y eso es bueno”, una frase que, según los fiscales, encapsula la explotación en su esencia.
La situación, de acuerdo con la acusación, derivó en un abuso físico donde tanto Rubin como la otra mujer supuestamente golpearon a la víctima, que estaba amordazada, en los pechos y la cabeza. El altercado llegó a un punto crítico cuando la mujer logró liberarse lo suficiente como para morder el dedo de Rubin. Es significativo que, tras este violento episodio, el propio Rubin pareció reconocer, en un mensaje a Powers, que habían cruzado una línea peligrosa. “La cosa se puso muy fea, Jenn, tenemos que ser MUY MUY MUY amables… Es muy importante la confianza. Muy importante”, le advirtió. La respuesta de Powers fue de aquiescencia cautelosa: “Vale. Estoy siendo amable. Solo espero que sepas lo que haces”. Este intercambio sugiere que, incluso dentro de su distorsionada realidad, existía un reconocimiento tácito del riesgo y la gravedad de sus actos.
La pareja fue arrestada el viernes: Rubin en su lujosa residencia de Connecticut y Powers en Texas. El esquema, según las autoridades, operó entre 2009 y 2019, aprovechando una red de contactos y la posición social de Rubin. Los diez cargos federales que enfrentan señalan una investigación exhaustiva que se extendió por años. Los mensajes de texto, más que una simple evidencia, son la narrativa autoescrita de una década de explotación sistemática. Ahora, esta correspondencia digital, cargada de una crueldad que sus autores nunca imaginaron que sería pública, se convertirá en el elemento central de un proceso judicial que busca impartir justicia para las mujeres cuyo sufrimiento fue, para Rubin y Powers, motivo de celebración y complicidad.












