La promesa era tentadora: rescatar del olvido a gigantes comerciales caídos en desgracia, como RadioShack, Pier 1 Imports o Modell’s Sporting Goods, y reconvertirlos en prósperos negocios digitales. Esta narrativa, impulsada por los carismáticos emprendedores Tai Lopez y Alex Mehr a través de su empresa Retail Ecommerce Ventures (REV), sedujo a cientos de inversores que confiaron 112 millones de dólares en un sueño que resultó ser un elaborado castillo de naipes. La reciente demanda presentada por la Comisión de Bolsa y Valores (SEC) desvela no solo un presunto esquema Ponzi de dimensiones considerables, sino también la anatomía de un engaño construido sobre la nostalgia y la desesperación de un sector retail en crisis.
La estrategia de REV era aparentemente sólida. En plena pandemia, con el comercio físico golpeado y el online en auge, la compañía comenzó a adquirir por cantidades ínfimas los derechos de marcas que alguna vez fueron omnipresentes en los centros comerciales estadounidenses. El argumento para los inversores era que el valor residual de estas marcas, unido a la expertise en marketing digital de Lopez y Mehr, podría generar rendimientos extraordinarios. Sin embargo, según la SEC, la realidad operativa era diametralmente opuesta. Lejos de ser negocios viables, las empresas adquiridas acumulaban pérdidas mensuales de entre 3.8 y 12 millones de dólares, un detalle que era cuidadosamente ocultado en las dos veces por semana que los fundadores realizaban llamadas por Zoom para captar nuevo capital.
El modus operandi descrito en la demanda pinta un cuadro de opacidad y malversación. Al menos 16 millones de dólares de los fondos de los inversores fueron desviados para financiar el lujoso estilo de vida de los acusados, incluyendo alquileres de jets privados y propiedades de alta gama. La cultura corporativa que describen exempleados contactados por el New York Post era de una improvisación alarmante. Un exejecivo que renunció tras un breve paso por la empresa declaró: «Sentí que me comprometería si seguía trabajando allí. Es posible que haya presenciado algo ilegal. Nunca he trabajado para una empresa que prometiera pagar a los inversores el 20%, alquilara aviones y volara por todo el país».
La operación de REV se sustentaba en dos pilares: la credibilidad prestada de las marcas que adquirían y el carisma de Tai Lopez, un gurú de las redes sociales con millones de seguidores a los que ofrece consejos de autoayuda y éxito financiero. Este halo de influencia permitió reclutar a inversores minoristas, muchos de ellos sin experiencia en venture capital, que confiaron en la imagen pública de éxito que proyectaba Lopez. La demanda de la SEC señala, como ejemplo de las prácticas cuestionables, el nombramiento de Maya Rose Birkenroad, prima de Lopez, como presidenta y directora de operaciones, atribuyéndole «10 años de experiencia gestionando empresas multimillonarias». La realidad, según la SEC, era que su experiencia se limitaba a trabajos como maestra sustituta de preescolar y asistente de su primo.
El caso REV es sintomático de una era de emprendedurismo espectáculo, donde la percepción de éxito en redes sociales puede eclipsar la ausencia de un modelo de negocio sostenible. La caída de la empresa y la posterior acusación federal también revelan las fallas en los mecanismos de supervisión para este tipo de ventures que operan en los límites del comercio electrónico y las finanzas. Mitchell Modell, cuyo negocio familiar fue adquirido por REV, resume la sensación de muchos que trataron con ellos: «No me sorprende en absoluto lo que ha ocurrido». Su oferta de recomprar su propia empresa por una fracción de su valor fue rechazada, un epílogo amargo para una marca centenaria.
La historia de Retail Ecommerce Ventures es una advertencia sobre los peligros de confundir el ruido mediático con la solvencia empresarial, y un recordatorio de que, en la economía digital, la nostalgia por las marcas del ayer puede ser un terreno fértil para el engaño más moderno.













